Bajo por las laderas de los cerros
oliendo los huertos olvidados
que aún conservan su natural fragancia
y al deslizar mis pies entre las hojas secas,
mis pupilas se bañan en las aguas del río.
El aire huele a bosques de eucaliptus fragantes
que penetran hambrientos los poros de mi cuerpo
y al aspirar la brisa que me envuelve en silencio
escucho los sonidos de los troncos resecos.
Entonces me sumerjo en la quietud del tiempo,
abro las sensaciones que me queman por dentro
y arrebato el sosiego de los musgos y helechos.
Mi mente vuela,
se acoge ansiosa en las alas batientes de las aves pequeñas
y se va transportando como las golondrinas,
errante y desdeñada,ajena y fugitiva.
Es aquella tristeza que a veces se hace mía
la que me huele a besos ,a ausencias y agonías,
pero el perenne arrollo donde fluye la vida
me abraza y me libera,me acoge y me cobija.
Entonces me sonrío,
con la sonrisa aquella que surge cuando callo,
con la conformidad que deja la desdicha
cuando por fin ya todo se ha acabado.
Sonrío al mirar los días que han pasado,
al querer entender que en el amor se vive
pero también se muere un pedazo del alma.
Ya las hojas que piso no son las mismas hojas
ni el rocío es el mismo que bebí en la mañana
pero,aún sin sentirlo se humedecen mis labios
cuando evoco el recuerdo y tu amor no me alcanza.