viernes, 1 de mayo de 2009

LOS SENTIMIENTOS SIEMPRE ECHAN RAÍCES




Un día, inesperadamente, se dejó sentir en mi alma una inquietud. Al día siguiente esa inquietud se transformó en un sueño y al poco tiempo en un deseo interno que pedía a gritos expresarse. Ya nada podía hacer nada para evitarlo, el control de la situación se había escapado de mis manos y comencé a buscar la forma para darle libertad a lo que allí en mi mente se anidaba. Y fui en busca de mi ideal, rompiendo espacios y arremetiendo contra tantos principios y prejuicios que había sabido manejar sin mayores contratiempos aunque si, con mucha fortaleza.


Esta forma de amar tan incomprendida y tan poco aceptada, es tan dura y tan difícil de sobrellevar. No basta con tener las ideas claras y perfectamente asimiladas. No basta con querer salir al mundo y en ese camino encontrarse con la persona que uno considera adecuada. Este camino está lleno de espinas, los tropiezos surgen inesperadamente uno tras otro, como si siempre estuviesen allí asechando para actuar cuando nadie los espera. Accidentes que siembran ausencias y cubren la ruta elegida con un manto de soledad, influencias ajenas que se encargan de sembrar dudas en las almas que estaban involucradas, fantasmas de relaciones pasadas que se mantienen siempre cerca como un recuerdo permanente de lo que alguna vez fue, espacios vacíos que involuntariamente buscan ser llenados, temores a lo que vendrá, a lo que pasará y a lo que dejará de pasar, sombras...eternas sombras teñidas de incertidumbre.


Entretanto, ajeno a todo este espectro de sensaciones de aparente irracionalidad, el corazón continúa su marcha, hidalgo y peregrino, descorriendo los velos entre las sombras y aferrándose a sentimientos que le complacen y le hacen sentirse vivo. Crecen los sentimientos como pequeños brotes verdes cubiertos de esperanza, débiles al principio, atolondradamente frágiles, pero en su interior, la sabia de la vida los hacen fuertes y sus raícillas comienzan a fortalecerse, penetrando entre los rocosos espacios de la tierra, donde se pierden, buscando las aguas más profundas desde donde esperan nutrirse. Es ese el momento donde los sentimientos se condenan, es a partir de allí dónde el sentimiento del amor comienza a cubrirse con las sombras del dolor.


Si todo fuera perfecto ese sería un maravilloso ideal, sería la culminación más plena y perfecta de ese inigualable sentimiento de amor que nos ha movido y motivado a romper los esquemas. Pero no siempre es así, la mayor parte de las veces los influjos externos entorpecen el caminar del alma y la estancan, la racionalidad excesiva encadena el alma y la arrastra de nuevo tirándola hacia atrás y colocándola en un punto intermedio, donde las fuerzas del equilibrio comienzan a establecer las reglas del orden emocional y mental. Entonces los sentimientos tiemblan, el pánico se apodera del alma y se produce el retroceso. Es como una avalancha de dudas que ensombrece la paz que se había instalado en nuestro corazón y, que sin brindar sociego,...lo paraliza. Nace la duda,...el temor,...la desconfianza,...y ante tanta amenaza la razón nos vuelve a atrapar y nos paraliza, deteniendo ese precioso caminar para empujarnos nuevamente hacia atrás y aplastarnos contra la pared en que goza teniéndonos prisioneros. Allí , cada uno, sujeto a un número, a un nombre y a una historia previamente asignada, la mayoría se duerme, cobardemente inmóvil, aceptando la vida como otros se la quieren imponer. Sólo los más osados levantan su bandera y haciéndola flamear en el viento emprenden su marcha montados en su blanco corcél. Son aquellos que por fin han entendido que aunque la razón nos encadena, los sentimientos siempre echan raíces.