miércoles, 9 de septiembre de 2009

LIBRE...SIEMPRE LIBRE

Algunas veces llegan a mi palabras desde lejos, figuras que se me presentan inesperadamente.En un comienzo carecen de rostro pero a poco de ingresar en el caminar de las ideas compartidas se me presentan con su realidad a cuestas y es entonces cuando su imagen y su nombre comienza a sustentarse consistentemente.
Soledad,...un nombre que quizás no sea más que una sofisticada  manera de identificar lo que ocultaba su alma, había alcanzado mi ventana una tarde lluviosa de septiembre.  Su expresión contenía la genialidad de los grandes cerebros y en sus palabras la frialdad que dejan los inevitables desengaños.Me hablaba desde lejos, situada en medio de su paraíso; un mundo casi impenetrable, donde no había si no espacio para los superficiales placeres de la carne que la habían atrapado. Comenzamos a escalar las laderas de esas quebradas que la  habían llevado a las profundidades, trepamos cada muro con recelo y desconfianza, superamos las horas de la noche hasta que por fin las manecillas del reloj se detuvieron. Surgieron entonces los manojos de flores violáceas que habían estado guardados por tanto tiempo entre los bolsillos de su atuendo y una voz nueva, que parecía despertar de un largo sueño, se hizo presente.
Primero mis manos abrieron las compuertas y, en un instante, una avalancha de sentimientos se agolparon irrefrenables en sus labios como un tropel de corceles blancos. Astillaban los portalones de su gran fortaleza con cada arremetida y los carnosos cuerpos de tantas almas parecían quedar repartidos a lo largo de todo el camino.
Antes de comenzar a recorrer los amplios pastizales que se asomaban a su vista detuvo su mirada en la lejanía y,un poco embuída en las leyendas quijotezcas,arremetió con su pensamiento contra tanto molino de viento que se le presentaba imbatible. Traspasó los umbrales del pensamiento, sintió deslizarse la lluvia sobre su tibia piel y vinieron a su memoria rememoranzas de sus viejos recuerdos de infancia. Desfilaron ante su vista los navegantes perdidos, los viajeros errantes, los apóstoles de su enseñanza y , por sobre todo, la incondicional imagen de su hermano. Era él quién le había enseñado a mirar la vida sin permitirse sufrir, era él quién, como un buen soldado de batalla, había enseñado a Soledad a recubrir su mente con altos y sólidos muros de cemento, desconectando su corazón de toda emoción y de todo sentimiento. Ahora era su producto, su clon en cuerpo de mujer, pero antes del amanecer flaquearían sus muros al menos por un instante.
En una encrucijada del camino la vi perderse, corría descontroladamente buscando los placeres de su reino que a poco de andar había reconocido en la  distancia. Le seguí por un momento pero todo fue inútil. Antes de poderla alcanzar había ya penetrado en su fortaleza encadenada, protegiéndose una vez más entre sus enormes muros.Me habló entonces de los conquistadores, de aquellos que  mil veces se habían atrevido a penetrar su territorio en busca de los codiciados tesoros.Intenté penetrar por la puerta principal pero a poco de acercarme toda imagen se esfumó de mi vista como el despertar de un sueño; no había  tal castillo porque  tan solo el espejo de mis sueños lo había colocado ante mi vista como una respuesta a mi esperanza.
Quise intentarlo una vez más, retomé el camino y conduje mis pasos hacia uno de los bordes laterales, miré a mi alrededor y pude entonces comprobar que sus tesoros no eran sino sus paisajes, esas vistas que desde la perspectiva de su mente se aparecían interminables en medio de la inmediatez del tiempo.
Me encontraba ahora allí, de frente al horizonte,seduciendo las  aguas que me pertenecían,aplacando la fuerza del viento que se me presentaba feroz, destituyendo la radiación solar que me abrazaba. De pronto su voz se dejó oír a mis espaldas, me volví súbitamente y pude verla ante mi con una triste sonrisa dibujada en su rostro.Ya  no huía,...sólo sonreía y esperaba quizás la llegada de un nuevo conquitador. Había liberado el simbolismo de sus paisajes creados en ese ,su reino, donde nada era imposible. Había encontrado allí todo lo que necesitaba; esa armonía que sus pasos, tan distantes de lo humano, requerían, sin embargo,aquellas tierras no le habían dejado para si a aquél ser que pudiera comprender sus risas y sus desvelos, la prisa de sus pensamientos ni las luces y oscuridades de su alma.