La vida tiene caminos infinitos esperándonos para ser transitados, caminos largos, caminos cortos, rutas de piedra y arcilla, sendas de oro y diamantes, recodos claros que resplandecen casi por encanto y otros oscuros que aterran ´con sólo mirarlos desde la lejanía. En períodos de nuestras vidas creemos tener el control absoluto para elegir la ruta que deseamos, aquella por la cual esperamos transitar para encontrar el mejor sentido que pueda dársele a nuestras vidas pero, quizás por la certeza con que nos adentramos por ese desconocido e invisible mundo de las vivencias ocultas, perdemos la visual más amplia y completa y nos enfocamos tan sólo en la pequeñez de perseguir ese objetivo que en nuestra mente humana nos hemos trazado.
De ese modo y casi sin darnos cuenta, nuestra vida comienza a desarrollarse a base de una escalada de acontecimientos que no siempre resultan ser los más afortunados. Entonces es allí cuando me pregunto ¿ Cuál es el valor real de la mente consiente,... de la madurez emocional que en algún momento de nuestras vidas creemos haber alcanzado ? Porque debemos reconocer que, bajo este concepto que creemos dominar y manejar casi perfectamente, pretendemos ordenar nuestras vidas aplicando mecanismos de selección que debieran funcionar casi con un cien por ciento de exactitud y efectividad. De acuerdo a ese concepto y a la aplicación de estos parámetros racionales de selección deberíamos poseer vidas casi perfectas, lo cual debería estar prácticamente garantizado.
La realidad nos muestra que tal póliza de garantía no tiene valor alguno,...la realidad nos muestra que la vida en si, como concepto de existencia y eternidad, se rige por normas propias en las cuales nuestra consiente intervención se ve contrarrestada impredeciblemente por fuerzas ocultas cuyo manejo escapa a nuestra capacidad de control.
La costumbre más arraigada en el ser humano pareciera ser ese constante afán de considerarse prácticamente un ser creado al borde de lo divino porque eso se nos ha enseñado durante la era cristiana a través de los conceptos bíblicos. El ser humano, incapaz de reconocer su pequeñez ante Dios y ante el universo alza su espada y se eleva para asociarse al poderío divino con una actitud desafiante, ególatra y narcisista. Es entonces, cuando desde lo más alto de ese universo que nos pertenece a todos sin excepción alguna, comienzan a emanar energías que tienen por misión regular la desmedida capacidad de individualismo que en los tiempos modernos amenaza con destruir las bases de la sociedad.