viernes, 17 de enero de 2014

LOS CAMINOS DE LA VIDA

La  vida tiene caminos infinitos esperándonos  para   ser  transitados, caminos largos, caminos  cortos, rutas  de  piedra  y  arcilla, sendas de  oro  y  diamantes, recodos  claros que  resplandecen  casi  por  encanto  y  otros  oscuros  que  aterran  ´con sólo mirarlos  desde  la  lejanía. En  períodos  de  nuestras  vidas  creemos  tener  el  control  absoluto  para  elegir  la  ruta  que  deseamos, aquella   por  la  cual  esperamos  transitar  para  encontrar  el  mejor  sentido  que  pueda  dársele  a  nuestras  vidas pero, quizás  por  la  certeza  con  que  nos  adentramos  por  ese  desconocido  e  invisible  mundo  de  las  vivencias  ocultas, perdemos  la  visual  más  amplia  y  completa   y  nos  enfocamos  tan  sólo  en  la  pequeñez  de  perseguir  ese  objetivo  que  en  nuestra  mente  humana  nos  hemos  trazado.
De  ese  modo y  casi  sin  darnos  cuenta, nuestra  vida  comienza a   desarrollarse  a  base  de  una  escalada  de  acontecimientos  que  no  siempre  resultan  ser  los  más  afortunados. Entonces  es  allí  cuando  me  pregunto ¿ Cuál   es  el  valor  real  de  la  mente  consiente,... de  la  madurez  emocional  que en  algún  momento  de  nuestras  vidas  creemos  haber  alcanzado ?  Porque  debemos  reconocer que,  bajo  este concepto  que  creemos  dominar  y  manejar  casi  perfectamente, pretendemos  ordenar  nuestras  vidas aplicando  mecanismos  de  selección  que  debieran  funcionar  casi  con  un  cien  por  ciento  de  exactitud y  efectividad. De  acuerdo  a  ese  concepto   y  a  la  aplicación  de  estos  parámetros  racionales  de  selección  deberíamos  poseer  vidas  casi  perfectas, lo  cual  debería  estar  prácticamente  garantizado.
La  realidad  nos  muestra  que  tal  póliza  de  garantía  no  tiene  valor  alguno,...la  realidad  nos  muestra  que  la vida en  si, como  concepto  de  existencia  y  eternidad, se  rige  por normas propias en las cuales nuestra consiente intervención se ve contrarrestada impredeciblemente por fuerzas ocultas cuyo manejo escapa a nuestra capacidad de control. La costumbre más arraigada en el ser humano pareciera ser ese constante afán de considerarse prácticamente un ser creado al borde de lo divino porque eso se nos ha enseñado durante la era cristiana a través de los conceptos bíblicos. El ser humano, incapaz de reconocer su pequeñez ante Dios y ante el universo alza su espada y se eleva para asociarse al poderío divino con una actitud desafiante, ególatra y narcisista. Es entonces, cuando desde lo más alto de ese universo que nos pertenece a todos sin excepción alguna, comienzan a emanar energías que tienen por misión regular la desmedida capacidad de individualismo que en los tiempos modernos amenaza con destruir las bases de la sociedad.